Monday, February 11, 2008

El Sargento Urraca

Es lamentable que el “tíguere” no haya entrado aún al Diccionario de la Academia, y que el “pariguayo” ya esté. Es la primera idea que nos produce la lectura de “El Sargento Urraca”, del escritor dominicano Carlos Batista. Novela de tan fuerte suspenso que nos hace sentir la emoción de que estamos sin chaleco anti-balas, en los peligrosos altercados que narra, corriendo el mismo riesgo que los policías, narcotraficantes, vecinos y transeúntes, en los tiroteos y persecuciones. Los ladrones, como siempre, son unos tígueres, y los policías no se quedan atrás.

Muy pocos pariguayos pueblan el mundo del sargento José Ramírez (alias Urraca). Aclaremos: tíguere es un dominicanismo que alude a alguien fecundo en ardides y maldades. Con poca inteligencia para los estudios y mucha para el engaño. El pariguayo, es todo lo contrario. Puede ser muy inteligente, pero con cierta ingenuidad que lo hace pasto del dolor. Novela de estilo directo, nada florido, sin los circunloquios de la novela intelectual o la que apela al sentimiento y los cuadros psicológicos conmovedores. Así es “El Sargento Urraca”. Los hechos y más que estos la dinámica activa, la carrera, los acechos, las sorpresas, los trucos de los que negocian con la droga, son los protagonistas que definen la trama. Es la narración viva que busca el lector que espera en la parada del bus, la estación de tren o en la terminal de un aeropuerto.

No es una novela para críticos de arte ni literatos ni estudios profundos que sirvan de paradigma escolar. Sin embargo, su autor, Carlos Batista, muestra que tiene madera de narrador, sabe manejar las situaciones con destreza, para mantenernos amarrados a su historia hasta la última palabra. Mezcla bien realidad con ficción, da vida a los personajes y hace verosímil lo que inventa. Por eso, “El Sargento Urraca” merece ser leído y ponderado, y muestra el talento de un escritor con futuro en las letras dominicanas.

carlitococle@gmail.com
Carlos BatistaWebmaster / Database Administrator

Sunday, February 10, 2008

Primer Capitulo

Sentado en la camilla, Urraca contemplaba las firmas de amigos y compañeros de trabajo, en su yeso. Ya tiene dos semanas con esa carga, desde que salió de la clínica; Hoy, por fin, le van a quitar esa jodienda del pie. La causa del yeso fueron los golpes y balazos que recibió en una redada, cuando aún era Sargento del DNCD. Ahora es sólo un ex-policía, sin posición, desempleado y con enemigos por doquier. Sentado en el consultorio del Dr. Garcías, amigo de la infancia que instaló una pequeña clínica privada en la casa que heredó de sus padres; reflexionaba su destino.
Observando su reflejo desfigurado en una de las ventanas del consultorio, mientras miraba unos niños jugando en el patio de la casa. Urraca sintió un deseo inmenso de matar a alguien; quizás a sí mismo. La idea le trajo un líquido amargo a la garganta. ¿Para qué pensar en suicidio si no queda nadie que le importe, o llore por él? Todos los familiares cercanos pasaron al más allá, los que viven en el norte no cuentan. Y ella; lo único que le quedaba en la vida, también lo abandonó.
Paseándose de un lado a otro reajusto el yeso para caminar más cómodo. El subconsciente le aconsejaba olvidar el pasado, pero advirtiendo su reflejo nuevamente; esta vez en el piso de mármol, pensaba por quinientas vez sobre la redada que le costó varias heridas en el cuerpo, amigos, y lo único que le hacía sentir vivo; su trabajo.

*
* *
Todo empezó cuando uno de sus soplones, Tito Arroyo, lo llamó para comunicarle una noticia de último momento. Se encontraron en La Cresta, uno de los restaurantes más elegantes del malecón, frecuentado mayormente por turistas y riquitos. Los servicios eran más caros que en todas partes, pero su excusa era que la comodidad y atmósfera del lugar compensaba por lo otro.
Desde la mesa que se encontraban sentados, podían observar el tráfico de carros y peatones en la avenida. Estuvo tronando todo el día; al caer la tarde el cielo estaba más oscuro de lo normal en tiempos de verano. Frente al restaurante se encontraba un BMW negro; del año. Tito noto a Urraca admirando el auto.
—Yo sé que te gusta papá...
—¿Coño Tito, tiene que estar yéndote bien en el traqueteo? No recuerdo verte en el periódico ni escuchar la noticia que te sacaste el premio mayor.
—Me compre una casa en el Milloncito, también. — Dice tito a boca llena, haciendo círculos en el aire con el humo de cigarrillo.
—¿Sí, y conque dinero pagó usted todas estas comodidades? — Le pregunta Urraca con un tono indagatorio, y sarcástico.
—En efectivo, pa que no te duermas.
Urraca se dio otro trago de cerveza. Miro a Tito de arriba abajo, ciento setenta y cinco libras de vicios, crímenes, orgullos e ignorancias. Un chamaquito de veintitrés años, trabajando para un —Dominican-York— llamado Alejandro Méndez.
Urraca lo agarro preparando una mula para transportar dos kilos de cocaína líquida en botellas de ron. Luego pensaba llevarla al aeropuerto a tomar un vuelo para Nueva Jersey esa misma tarde. Desde entonces se convirtió en un chivato de Urraca, a cambio de su libertad. Ahora tiene carro alemán y una mansión fuera de la ciudad.
Urraca le dice, —Bien entonces, cual es la brillante noticia que tienes.
—Tengo información que te puede ser útil.
—Suelta lo que sabes, y no barajes tanto. — Contesta urraca rellenando su vaso.
—Está información te costara más de lo usual, pero por razones completamente diferente a las demás.
—Coño que ambición tiene chamaquito, carro de lujo, una casota en un barrio de alta sociedad… ¿Cuánto?— Le pregunta Urraca, incrédulo, mientras termina su cerveza.
—Está vez no quiero dinero, pero necesito que me ayudes en un caso muy serio dentro de poco tiempo.
—Ha, ya entiendo ¿En qué lió estas metido ahora....?
Interrumpieron la conversación cuando la mesera les cambió el servicio. Tito aprovecha el momento para encender otro cigarrillo. Urraca conocía a Tito por más de un año, tiempo suficiente para escrutar sus muecas y mañas. Si Tito está fumando continuamente, es porque está nervioso, esto indica que lo que tiene que decir es de importancia y en verdad está metido en problemas serios.
—Todavía no estoy seguro, pero creo que me están investigando. Según me informaron mis contactos, si caigo ahora, me van a dar por lo menos treinta años. Tengo unos meses más tranquilo que una foto, pero me están involucrando en la muerte de dos tipos que encontraron en un monte de Santiago hace unos meses.
—Los tipos que ejecutaron en una barranca entre Moca y Santiago. Creo que la memoria no me esta fallando, pero tú estabas en el Cibao para ese tiempo... no te prometo mucho, cuéntame lo que tienes que decir y después veremos que puedo hacer por ti.
—El problema es; que lo que tengo para decirte es sólo importante por un par de días; después ya será muy tarde para ambos. Si espero a que me agarren para llamarte, no tengo con que negociar. Yo pienso que te digo lo que se mueve ahora, y tengo este favor en crédito.
—Si no te agarran o no logran involucrarte en esas muertes, está información es gratis entonces.
—No tan sólo eso, si no que me ayudarías a retirarme temprano cuando elimines este obstáculo que me impide disfrutar mi juventud y riquezas.
—¡Te quieres retirar…! ¿A tu edad? Que tumbe fue que dieron, cuéntame, soy todo oído.
Tito explota de la risa. Apaga el cigarrillo y saca otro, pero no lo enciende. —¡Está noticia te va a poner en la portada de todos los periódicos principales! En estos tiempos de campañas, los políticos harán filas para darte la mano, y salir retratados a tú lado para agraciarse con el pueblo y ganar votos.
—¿Qué? Tienes un vendedor grande por ahí.
—¡Uno de los más grandes ahora mismo!
Urraca le fijo la mirada un poco confuso, entonces fue que Tito gozo con gusto. —Dame el nombre y olvídate del resto. Yo hablare con los agentes encargado de investigar ese caso. Les diré que me estás ayudando en una investigación muy importante. — Le dice Urraca como de vaina, —o sí quedas vivo cuando te encuentren, tú sabe como localizarme.


*
* *
Los planes para la operación tuvieron que ser rápidos por el poco tiempo disponible. Urraca hizo lo imposible para mantener la información limitada al menor número personas: él, los ocho agentes del equipo más cercanos y el jefe del grupo, el Teniente Marcelino Fernández. Alejandro tenía en sus bolsillos a un sinnúmero de personas poderosas, pero por más que resistió, el teniente lo convenció de que el Mayor General Gómez, Presidente del DNCD tiene que estar al tanto de los detalles.
A pesar de todos los contra tiempos que pudieran surgir, hicieron todas las preparaciones en veinticuatro horas. Alejandro Méndez en persona estará en la ciudad, y nadie quería perder esta oportunidad de atrapar uno de los hombres más buscado en el extranjero y el país.
*
* *
Alejandro se dio grande en el alto Manhattan a mediado de los ochentas, cuando el Crack estaba de moda entre los tecatos de la ciudad de Nueva York. Llegó a inicios del invierno del 83; vivía en un apartamento con su hermano mayor, quien tenía una niña pequeña, y su esposa.
El hermano le consiguió trabajo en un taller de mecánica; porque eso era lo único que sabía hacer. No duró ni seis meses. Su queja favorita era —no es fácil meterse abajo de un carro en ese maldito frió. Él no vino pa Nueva Yol a pasar más trabajo de lo que estaba pasando en la isla. Pa eso mejor se hubiese quedo en la capital.
Duró casi tres años de trabajo en trabajo, siempre con la misma excusa de que mejor no hubiese venido para Nueva York. William, su hermano, le dijo que tenía que encontrar otro sitio dónde vivir. La mujer está embarazada, la hembrita ya va a cumplir los doce años, y necesita privacidad.
Se fue con un amigo para Boston, dónde lo pusieron a vigilar el clavo en un apartamento. Se estaba ganando mil dólares a la semana y creía que tenía el mundo agarrado por los pies.
Con el tiempo fue adquiriendo experiencia hasta que se dio cuenta de que lo estaban cogiendo de pendejo. Mientras él se conformaba ignorantemente con los chelitos que le daban para vigilar la droga almacenada, el punto vendía cuarenta y cincuenta mil dólares a la semana.
Se quedo tranquilo sin quejarse ni dar la menor sospecha de que no estaba satisfecho con su situación económica. Varios meses después, recibieron el cargamento más grande que jamás habían comprado; veinticinco kilos de cocaína. Le prometieron a la conexión Colombiana, que pagarían una parte por adelantado y la mitad restante en tres o cuatros semanas. Méndez aprovechó la oportunidad que tanto esperaba.
En ese tiempo les fue tan bien, que cuando el día de pago llego. Tenían para saldar la deuda, depositar el adelanto de los otros veinticinco kilos que le traían, y aun les quedaban más de doscientos mil dólares en ganancias.
Méndez contrató dos boricuas y un prieto americano para que le den un tumbe cuando llegue el cargamento. La droga y el dinero estaban en un apartamento del quinto piso; los muchachos siempre se dividían para subir, uno en el elevador y dos por las escaleras.
Lo que menos esperaban, era que alguien se atreviera a tumbarlos, y mucho menos que conocieran su rutina. A los dos que subieron por las escaleras, lo encañonaron y manotearon en el tercer piso. A uno tuvieron que darle con el mango de la pistola en la cabeza para que esté tranquilo y no hiciera ruido.
Edwin, el jefe del grupo, siempre subía con la pistola en la mano. El abrir la puerta del elevador fue su último acto en vida. Una bala silenciosa entre ceja y ceja, le segó la vida sin darse cuenta como y porque.
Cuando la policía llegó, encontraron dos tipos amarrados en el tercer piso, uno de los cuales se desangro de una herida en el cráneo y murió dos horas más tarde en el hospital. Otro cuerpo fue encontrado entre el pasillo del quinto piso y el elevador, con la puerta golpeándolo continuamente, tratando de cerrar. También notaron el humo que salía debajo de la puerta del apartamento 5E… estaba prendió en llamas.

*
* *
Alejandro se mudó para Nueva York y abrió uno de los puntos más activos del alto Manhattan por más de una década. Tenía casa en la Capital, Santiago y Puerto Plata. También tenía varias mujeres mudadas en apartamentos de Nueva York. En Nueva Jersey tenía una mujer en una casita, era la que más confianza le tenía, porque guardaba todo su dinero allá. Era dueño o socio de supermercados, Restaurantes, y Financieras en Nueva York y la Capital. Tenía enormes cuentas de bancos en el país y el extranjero; a nombre de familiares cercanos, nunca bajó su nombre.
En el invierno de 1997 la DEA lo agarro con un millón de dólares y quince kilos de Crack. De 10 años de condena, cumplió 5 porque fue deportado en el 2002.
Cuando llego al país se escondió por un tiempo en un campito del Cibao. Su espíritu no le permitía llevar una vida inactiva, poco tiempo después de establecer organizó una banda que recibía cargamentos de droga desde Puerto Rico, siempre en puntos diferentes de las costas. Luego otro grupo se encargaba de repartir las órdenes para los clientes locales, y preparar las mulas que llevarían el resto para los Estados Unidos y Europa. En uno de esos traques fue que Urraca engancho a Tito Arroyo.
Después de varios contratiempos, cargamentos confiscados y socios apresados que podían entregarlo. Méndez decidido marcharse hacia Puerto Rico, pasando por la Capital y Santiago a recoger varias pertenencias. Andaba de casa en casa, negocio a negocio, cobrándole a todo el que le debía. Dejando una serie de heridos y varios muertos a su paso.

*
* *
Tito le dio la ubicación de un almacén en un solar cerca del puente Duarte, le recordó que Méndez no era de los que se dejan agarrar fácilmente. También le dijo que Méndez está acompañado por un tal Joselito, un limpia saco que lo acompaña desde el norte y tiene un sinnúmero de muertos encima.
El almacén era un establecimiento de madera en un solar lleno de basura y chatarras de carros. Detrás del almacén había un callejón, al final del callejón se encontraba una cerca que encerraba un depósito de basuras, con una hilera de montañas de gomas y piezas de carros.
Urraca y los agentes Américo Domingo, Juan Padrino y Santiago Almonte esperaban en un Ford incautado, con los vidrios tintos, parqueado en la esquina más oscura al final del solar. Ellos eran los que tenían que derribar la puerta.
Marcelino, Vicente Precoz, y Creighton Taylor agente de la DEA, estaban parqueados en dos carros al doblar la esquina al otro extremo del solar, tenían el perímetro del almacén medido.
La unidad de emergencia del equipo, los agentes Carmen Morán y Damasco Albino estaban custodiando el depósito de basura en la parte atrás del almacén, en caso de que alguien trate de brincar la cerca.
Cuatro patrullas de uniformados bloquearan la salida a la autopista y el callejón en el momento indicado; lo único que le informaron fue que estuvieran listos para lo que sea.
El radio de todos estaba sincronizado en el canal 8, frecuencia de carro a carro. Cuando se encontraban en sus sitios, se resignaron a esperar por Méndez y sus secuaces.
—Sabes que,— dice el agente Santiago —Espero que en esta redada estemos mejor armado que estos malandros. — Tenía una escopeta con el cañón recortado entre las piernas.
El agente padrino lo mira y sonrió moviendo la cabeza. —Santiago, yo quiero estar fuera de la ciudad cuando te tiren a la calle con una Uzi en la mano.
El argumento continuo sobre una queja común entre los policías. Todo el mundo, desde tecatos hasta homosexuales se estaban armando para el Apocalipsis, y el departamento aún los limita a escopetas y pistolas.
—Por lo menos tenemos uniformes de allanamientos, y chalecos antibalas…. — Dice Américo cotejándose la gorra de servicio con las siglas DNCD —para que no nos matemos nosotros mismos, equivocadamente.
Ellos seguían conversando para controlar los nervios, y pasar el tiempo. El siguiente tema era cuánto dinero tenía Méndez en ese almacén. Todos llegaron a la conclusión de que cualquier cantidad que fuese tenía que ser mucho.
Cuando Méndez le pasó por el lado a las 2 de la madrugada, iba en un camión de una tonelada. Si Méndez pensaba llevarse el dinero en esa vaina, pensó Urraca, esta redada no será nada fácil. El camión dobla en el callejón que lo llevaría hacia la parte atrás del almacén.
El plan era moverse rápido y efectivamente, pero la coordinación tendrá que ser precisa. Urraca encendió el carro y doblo la esquina en dirección hacia la Sánchez, pasando por el frente del almacén. Él guiaba dando bandazos de un lado a otro sobre las líneas amarillas. Si alguien los estaba observando, pensara que era un borracho que se olvido prender las luces del carro.
Urraca le ordeno Américo que llame a Marcelino y le dé la señal. Luego él mismo contactó a Carmen Moran, posicionada en el depósito de basuras. Ella le contestó que el camión se parqueo detrás del almacén y tres hombres se desmontaron del furgón. Otros dos hombres abrieron el portón atrás del almacén mirando de un lado a otro, asegurándose que nadie los ve. Cuatro de los hombres parados detrás del camión tenían armas automáticas, dos de los que llegaron tenían problema para abrir la puerta; un tercero que se desmonto del asiento de pasajeros del camión, los estaba insultando y tenía una pistola en la mano. Nadie entra al almacén aún.
Urraca los quería todos en el mismo lugar. No deseaba enfrentar los que estaban afuera y encontrarse en medio de un tiroteo si quedaba alguien más en el almacén.
Parqueó el carro en la esquina. Santiago salió del carro y haciéndose pasar por borracho, se puso a orinar en la pared de un comercio frente al almacén. Casi se priva subiéndose la bragueta, cuando Carmen le informo por la radio que los hombres lograron abrir la puerta del camión y se dirigían hacia el almacén.
Urraca cogió su radio y secreteo, —Vamos pa dentro.
Con chalecos antibalas y arma en mano, los cuatro agentes se apresuraron silenciosamente hacia el jardín frontal del almacén. Urraca dobla una esquina del almacén justo a tiempo para darle un empujón al portón de atrás, antes de que le pusieran la cerradura.
El impulso lo envió a él y quien estaba cerrando la puerta hacia el piso. Un segundo más tarde una lluvia de balas quemaba el aire sobre su cabeza. La respuesta fue una ráfaga de escopeta que entro desde afuera.
A pesar de todo el ruido espontáneo, Urraca pudo escuchar a alguien gemir prácticamente en sus oídos. El hombre que derribo estaba recuperando el sentido, y tenía una Uzi en la mano.
El tipo nunca tuvo tiempo para usarla. Una fusilada de armas automáticas le hendió la cabeza. Rodando hacia la derecha, Urraca trato de cubrirse detrás de una caja de empacar. Alguien le tenía gana, porque le dispararon a través de las cajas. Él retrocedió lo más rápido posible, hasta que choco con una pared.
Plomo, pedazos de madera destrozadas, y confeti explotaban en todo su alrededor. Él tuvo un momento de reposo cuando el hijo de puta que le disparaba tenía que cambiar el peine.
Urraca se puso de pie, disparando consecutivamente para poderse cubrir. A Méndez ya lo tenían asegurado, y manoteándolo en una de las patrullas; no sin antes haber matado un agente del orden y herir un uniformado. Solo quedaban dos de los delincuentes en pie de lucha, Joselito y Paco, los demás estaban muertos o bajo custodia. Varios agentes del orden también yacían heridos o muertos en el pavimento. Era obvio que los delincuentes no pensaban rendirse. Se aplastaron detrás de otras cajas cerca de Urraca y fuera de la ráfaga de balas que venía de la puerta y ventanas, para recargar sus armas,
Urraca eliminó a Paco cuando este trataba de recargar una AK-47. Luego, antes de que Urraca pudiera apuntar con el barril de su 9 milímetro, vio el arma de Joselito; una pistola, apuntando hacia él. Trato de volverse y agacharse, pero la impresión lo frisó y solo tenía fuerzas para contemplar el cañón de la pistola.
Joselito fallo el primer tiro, pero las que siguieron encontraron su blanco. Urraca no sintió ningún dolor cuando un proyectil se alojó en su hombro derecho. Trato de cubrirse mejor detrás de las cajas mientras se balanceaba. Joselito disparo nuevamente, y los tiros impactaron en la pierna derecha de Urraca. A pesar del dolor Urraca siguió respondiendo con su arma hasta no tener balas y fuerzas. Joselito también cae al piso herido de muerte, no sin antes vaciar su pistola contra Urraca, impactándolo varias veces en el chaleco antibalas y diferentes partes del cuerpo.
Mientras caía, perdiendo el conocimiento, Urraca notó que una de las cajas que había utilizado para refugiarse tenía un pedazo destrozado. Pero lo que más le llamo la atención, a pesar de la condición que se encontraba, eran las papeletas verdes que caían como hojas de un árbol. ¡Dólares!

*
* *
—¡Sargento Ramírez!
Urraca dio un sobresalto cuando escucho esa voz. El Dr. García había entrado al consultorio con un paquete entre manos. El doctor notó que Urraca miraba con interés el paquete que traía.
Mientras le quitaba el yeso y ejercitaba la pierna, García le explicaba que la inconveniencia de tener los nervios encogidos en una pierna, será algo que él e de acostumbrarse dentro de poco. Las magulladuras y dolores de los impactos en el chaleco antibalas, habían desaparecidos.
En cuanto a la herida del hombro, no había problema, porque estaba completamente curada, y podrá quitarse las vendas en unos días. Solo tenía que ejercitar el brazo haciendo gimnasia para recuperar la fuerza y entonar los reflejos.
—No tienes ningún nervio encogido en el hombro, y con unos buenos masajes en la pierna, no tendrás incomodidades para caminar. — Decía el doctor.
—Eso quiere decir que puedo participar en las olimpiadas.
García sonríe. —Ahí está. Camina de un lado a otro para ver si te puedes sostener sin el yeso. Desde ahora en adelante tienes que usar medias de algodón gruesas para abrigar las piernas, especialmente en días lluviosos.
Después de caminar un poco, y varios comentarios negativos, Urraca quedo satisfecho con los resultados de la operación.
—Bien, nos vemos dentro de un mes en tu siguiente consulta.
Urraca se alisto para marcharse, aun observando sus pasos. Sentía como si tuviera una espina en los zapatos.
—Señor Ramírez... — Urraca mira al doctor.
—La mejor forma de acostumbrase, es no prestarle atención. Deja que el cuerpo haga sus propios ajustes. Tu puede ayudarle si encuentras otra cosa de que preocuparte.
—Es bien fácil para ti decirlo, García.
Verdaderamente existía una cosa por la que Urraca tenía preocupación. Echarle mano a una parte de los millones de Dólares en propiedades y efectivos, que le confiscaron a Méndez.

Saturday, February 09, 2008

Segundo Capitulo

–Mi hijo está perdido –dijo Carmen Salinas.
El oficial levantó la vista mientras escribía un reporte y observó una mujer con ojeras en la cara, sin maquillar y el pelo alborotado, tenía un pañuelo en la mano con el cual se estrujaba los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. Ella se dejó caer más que sentarse en la silla frente a su escritorio.
–¿Excúseme? –le pregunta el oficial.
–Usted tiene que ayudarme a encontrar a mi hijo Marquito.
El oficial advierte un acento cibaeño en su voz y, a pesar de su ruda expresión, también notó que estaba aterrada. Asustada, pero bajo control propio.
–Yo no soy la persona indicada para ese tipo de casos, señora –le contesta quitándose los lentes de leer y escribir.
–El oficial en la recepción me indicó que hablara con usted.
Peralta era un policía de Narcótico. No era su deber tomar reportes sobre personas desaparecidas, mucho menos encontrar una.
–¿Usted posee un retrato de su hijo? –le pregunta resignado, dejando caer la pluma sobre la libreta y recostándose de la silla. Después de todo él también tiene hijos.
Carmen tenía una foto en la mano y se la pasó a Peralta, pensando que parecía más delincuente que policía. Y aparte de eso, también era gordo y antipático.
El policía observa la foto de Marquito y pone una expresión ceñuda.
–¿Cuántos años tiene el muchacho?
–Marquito tiene dieciocho años.
–¿Cuánto tiempo hace que está perdido?
–No llegó a la casa esta noche.
–¿Él trabaja?
–Hace entregas para la Farmacia Minerva, pero siempre llegaba a la casa antes de las seis, puntual todos los días.
Peralta miró el reloj de la estación. Ocho y cuarenta, el chamaquito, fuerte por la apariencia que tiene en la foto, no hace ni tres horas que supuestamente desapareció.
Carmen vio la expresión de la cara gruesa, cambiar de inútil a indiferente, y ahora le estaba entregando la foto de nuevo.
–Marquito es retardado mental.
–¿Qué?
–Sucedió cuando nació. El parto tardó demasiado, y duró mucho tiempo sin oxígeno.
Peralta observa la foto nuevamente. La cara del niño le miraba de frente, le pareció muy inocente para un adolescente. No tenía ningún gesto de malicia.
–Tiene la mentalidad de un niño de 12 años. Nunca desarrollará más.
–¿Pero él es lo suficientemente inteligente para tener un trabajo...? –trata de exponer Peralta, pero ella no lo deja terminar.
–Él tan sólo hace entregas en el mismo vecindario.
–¿Sabe leer?
Carmen acentuó con la cabeza.
–Un poco. Si las palabras no son muy largas. Él conoce los nombres de las calles.
Peralta se rascó la verruga en la quijada. Creía que esto le hacía parecer reflexivo. Su ex-esposa siempre decía que él se rascaba la verruga cuando estaba incómodo y quería estar en otro lugar en ese momento. Él pregunta:
–¿Acaso el niño hace entregas de drogas que alguien tenga interés en quitarle?
–No. Los dueños de la farmacia les piden a los pacientes que las recojan personalmente.
–¿Y el dinero entonces?
Carmen estaba un poco confusa.
–¿Qué pasa con el dinero?
–¿Él colecta dinero cuando hace las entregas? Si alguien sabe que él es retardado mental, y tiene cierta cantidad de dinero encima... –Peralta deja que Carmen rellenara el pensamiento. Luego pasó a otra conjetura, cuando ella se queda mirándolo como si fuera un galipote–. O su hijo... a lo mejor tenía un poco de dinero en los bolsillos y decidió divertirse un rato.
Carmen tenía una expresión recia, pero ahora sus ojos se achicaron.
–Yo crié a mi hijo un muchacho honesto, y todo el que conoce a Marquito lo adora.
Peralta suspiró.
–Yo crié a mi muchacho honestamente, también, y si no fuera porque soy policía, él estuviera hace tiempo en una celda.
Peralta estudia la foto de Marquito nuevamente. Dieciocho por afuera, doce por dentro. Levanta la vista hacia Carmen.
–¿Él trabaja para ayudarla en la casa? –le pregunta haciendo señales con la mano, queriendo decir económicamente. Carmen se amedrenta por la pregunta personal, pero sólo por un instante.
–Eso. Y para que se sienta cómodo consigo mismo.
–¿Él tiene un padre?
–No.
–¿Usted tiene novio? –los labios de Carmen se comprimieron. Ella no quería ir a la Policía. El admitir que necesitaba ayuda le oprimía el pecho.
–Si usted tiene novio, a lo mejor está con él…–continuó Peralta creyendo que dio en el clavo, al verla pensativa.
–Yo no tengo ningún novio.
Peralta se rascó la verruga nuevamente.
–Señora, yo haré varias llamadas, trataré de ver qué puedo hacer.
–Llamadas a quién.
–Hospitales, otros Destacamentos. Y si no lo encuentro allí, entonces llamaré... la morgue.
El rostro de Carmen se endureció tanto que sólo pudo emitir un susurro.
–¿Así es como la Policía encuentra un pobre muchacho en esta ciudad?
Peralta vio cólera en su rostro. No pudo ignorarlo. La actitud de ella lo enfureció. Él no tenía nada que hacer por ella, estaba fuera de su línea así como estaban las cosas.
–Escúcheme, señora: ¿Usted conoce la cantidad de personas desaparecidas que son archivadas todos los años en esta ciudad? ¡Miles y miles! Siempre resulta que el marido o la mujer se fueron con otro, o se montaron en una yola y no se sabe más de ellos.... Otra cosa –continuó sin darle tiempo de que le contestara–, cuando un muchacho tiene dieciocho años, ya no es un niño, es adulto. Tiene el derecho de marcharse si así lo desea. Ahora, usted dice que Marquito piensa como un niño, pero yo puedo ver que él es un muchacho grande. Y si puede mantener un trabajo y leer los nombres de las calles, está a varios niveles más alto que la mayoría de los delincuentes que arrestamos todos los días.
El policía dejó caer la foto sobre su escritorio delante de ella.
–¿Usted desea que haga las llamadas o no? –Carmen cogió la foto de su hijo y se marchó sin decir una palabra.

Friday, February 08, 2008

Tercer Capitulo

Lo primero que Urraca hizo al salir del consultorio del doctor García fue observar su forma de caminar en la vitrina de una tienda. En ella pudo notar que se acentuaba su cojera, por más que tratara de caminar derecho. No era muy obvia, sólo alguien muy curioso y entrometido podía notar algo extraño
en su forma de caminar.
Inició su larga caminata hacia su casa. Se encontraba en el centro de la ciudad; su vecindario, el ensanche Rosario, quedaba en el norte a más de dos kilómetros. Tenía que caminarlos porque no podía guiar, él se resistía a usar transporte público, y los taxis eran muy caros para su bolsillo.
Cuando se paró en una luz roja hizo otra prueba en la vitrina de otra tienda. Era una idiotez, pensó, preocuparse por su caminar cuando quedan tantas cosas por poner en regla. Una bocina tocó y él dio un salto hacia atrás, mientras un camión de la Coca-Cola doblaba por la esquina a gran velocidad, las gomas traseras pasaron por encima de la acera.
Urraca no lo vio hasta último momento; que se embrome la cojera, pensó. Mejor será prestar atención a lo que ocurre a su alrededor. No importa lo que los otros comenten, Urraca seguirá siendo el mismo.

La luz cambió a verde y cuidadosamente cruzó la calle. Con una sonrisa maliciosa se dijo a sí mismo que tenía que adaptarse al cambio. Su sentido del humor un tanto macabro le hizo temblar. Era como si se hubiera pinchado con una aguja voluntariamente, degradándose personalmente por ser menos de lo que era antes. Parte de ese sentimiento, reconocía, era autocompasión. Eso era algo que nunca había sentido anteriormente. El doctor le dijo que esa era una forma de penar.
Él estaba adolorido por su pérdida. Urraca reconoció que era la pura verdad. Lo único que le preocupaba –y no podía evitarlo– era si tenía que quitarse los pantalones delante de la gente y le vieran las cicatrices, con una pierna más flaca que la otra. El pensamiento de que no le fuera a funcionar el miembro para hacer el amor le hizo estremecer el cuerpo entero. Se mataría si le sucedía algo así a su edad. Pero no conoce ninguna mujer que le tenga confianza como para acostarse con ella; y mucho menos como andan las enfermedades hoy día, tal vez nunca se curará el queso.
Por cierto, para un hombre de treinta y cinco años, esa no era una razón para quitarse la vida, tampoco.
Cuando pensaba en el suicidio, también pensaba en Sandra. A lo mejor ella regresaba y lo rescataba. De sí mismo, sino de peligros externos. Tal vez él era un simplón haciéndose ilusiones. Sandra no lo ha llamado nunca desde el divorcio. Ni siquiera después que le dieron los tiros. Ni el tiempo que estuvo
en terapia. Si terapia se podía llamar lo que estaba haciendo.
–Ramírez.
Urraca miró hacia arriba. Vio las casas de madera y de bloc, familiar en su vecindario. Estaba cerca de la casa, y no tenía la menor idea de cómo llego ni cuánto tiempo le tomó.

Carmen Salinas estaba parada frente a él. Era la única persona en el barrio que le seguía llamando por su apellido. Él no necesitó mucho tiempo para notar la expresión de preocupación en el rostro de Carmen.
–Ramírez, necesito hablar contigo.
Él reconoció que tenía que decir que sí, pero lo que más le sorprendió fue que ella le dirigiera la palabra del todo. Todos en el barrio lo evitaban desde que salió del hospital, sin decirle más que un apresurado. “¡Cómo está!” O un nervioso “Me alegro que estés mejor”
–¿Qué puedo hacer por ti?
–Necesito tu ayuda.
Esa era una sorpresa mayor aún. Carmen era completamente independiente. No esperaba que ella necesitara su ayuda, a menos que fuese algo fuera de su alcance.
–¿Con qué? –la pregunta fue directa y severa. No quiso que sonara así, pero no sabía cómo contestarle a Carmen sin sonar un poco estúpido.
–Yo estaba por tu casa ahora mismo, me apena lo que te está pasando, pero...
Él trató nuevamente, haciendo lo posible para usar un tono menos agresivo.
–¿Carmen, qué pasa?
–Marquito está perdido.
–¿Pero, cómo puede estar perdido? Si nunca sale para ningún sitio.
–No ha llegado del trabajo hoy –Carmen mantenía su voz constante y la espalda derecha, fue entonces cuando él reconoció que ella estaba sufriendo por dentro.
–Carmen, ¿tú no has tenido ningún problema con Marquito, últimamente?
–¿Qué quieres decir?

–Tú sabes cómo son los muchachos, los regañas y seguido quieren irse de la casa.
Carmen meneaba la cabeza.
–Ramírez, Marquito no se fue de la casa.
Urraca conoce a Marquito desde su nacimiento. Carmen siempre ha sido su amiga, y una de las reales, desde el primer día. De pronto, el miedo frío que Carmen sufría se alojó en su propio corazón.
–Ven, vamos para la Jefatura –le dijo.
–Yo estuve en la Policía más temprano.
–Entonces ya lo están buscando –ella menea la cabeza y le cuenta todo lo que pasó en el Destacamento. Urraca conocía al riguroso Miguel Peralta.
–Carmen, un hombre como ése... –él vio su cara endurecer. Era fácil imaginársela dándole esa mirada a Peralta. Diablos, uno puede ver cualquier padre reaccionar de esa forma. Él trata de explicarle.
–El oficial Peralta es un policía competente.
–Lo suficiente para hacer llamadas telefónicas –dijo Carmen entre los dientes.
–Carmen, él ha sido un oficial por años. Tiene que bregar con ladrones, tecatos, y todo tipo de criminales, todos los días. No puede darse el lujo de tener mucha simpatía. Para Peralta, hacer una llamada sin relación a su trabajo, es como donar un órgano.
Él noto que ella tenía falta de comprensión por el momento, también.
–Yo conozco otros oficiales allá –dijo él.
–Él era el único con el que se podía hablar. Yo le pregunté al sargento de recibimiento después de hablar con él.
Esos ineptos, pensó Urraca.

–Ramírez, yo he estado preguntando y gritando su nombre desde que salí de la Jefatura. No lo puedo encontrar en ningún lugar. Por favor ampárame. Ayúdame a encontrar a mi hijo.
Él pudo ver el horror que se reflejaba en sus ojos que no pestañeaban un instante. Se podía imaginar las visiones sugestionando y luego reprimiendo las explicaciones de por qué su hijo no había regresado a casa.
Pero el miedo no fue la única emoción que vio en su rostro. Una inmensa llama de un fuego rojo ardía ahí dentro, también. Carmen sospechaba que alguien era el responsable de la desaparición de Marquito, y ella pretendía atraparlo. Quería hacer que alguien pagara por lo ocurrido. El deseo de venganza también se apoderó de Urraca. Él, también, tendrá una oportunidad de atrapar a alguien. No por
lo que le hayan hecho a él, sino por lo que podrían hacerle al hijo de Carmen.
–Empecemos a buscar –dijo Urraca.