Friday, February 08, 2008

Tercer Capitulo

Lo primero que Urraca hizo al salir del consultorio del doctor García fue observar su forma de caminar en la vitrina de una tienda. En ella pudo notar que se acentuaba su cojera, por más que tratara de caminar derecho. No era muy obvia, sólo alguien muy curioso y entrometido podía notar algo extraño
en su forma de caminar.
Inició su larga caminata hacia su casa. Se encontraba en el centro de la ciudad; su vecindario, el ensanche Rosario, quedaba en el norte a más de dos kilómetros. Tenía que caminarlos porque no podía guiar, él se resistía a usar transporte público, y los taxis eran muy caros para su bolsillo.
Cuando se paró en una luz roja hizo otra prueba en la vitrina de otra tienda. Era una idiotez, pensó, preocuparse por su caminar cuando quedan tantas cosas por poner en regla. Una bocina tocó y él dio un salto hacia atrás, mientras un camión de la Coca-Cola doblaba por la esquina a gran velocidad, las gomas traseras pasaron por encima de la acera.
Urraca no lo vio hasta último momento; que se embrome la cojera, pensó. Mejor será prestar atención a lo que ocurre a su alrededor. No importa lo que los otros comenten, Urraca seguirá siendo el mismo.

La luz cambió a verde y cuidadosamente cruzó la calle. Con una sonrisa maliciosa se dijo a sí mismo que tenía que adaptarse al cambio. Su sentido del humor un tanto macabro le hizo temblar. Era como si se hubiera pinchado con una aguja voluntariamente, degradándose personalmente por ser menos de lo que era antes. Parte de ese sentimiento, reconocía, era autocompasión. Eso era algo que nunca había sentido anteriormente. El doctor le dijo que esa era una forma de penar.
Él estaba adolorido por su pérdida. Urraca reconoció que era la pura verdad. Lo único que le preocupaba –y no podía evitarlo– era si tenía que quitarse los pantalones delante de la gente y le vieran las cicatrices, con una pierna más flaca que la otra. El pensamiento de que no le fuera a funcionar el miembro para hacer el amor le hizo estremecer el cuerpo entero. Se mataría si le sucedía algo así a su edad. Pero no conoce ninguna mujer que le tenga confianza como para acostarse con ella; y mucho menos como andan las enfermedades hoy día, tal vez nunca se curará el queso.
Por cierto, para un hombre de treinta y cinco años, esa no era una razón para quitarse la vida, tampoco.
Cuando pensaba en el suicidio, también pensaba en Sandra. A lo mejor ella regresaba y lo rescataba. De sí mismo, sino de peligros externos. Tal vez él era un simplón haciéndose ilusiones. Sandra no lo ha llamado nunca desde el divorcio. Ni siquiera después que le dieron los tiros. Ni el tiempo que estuvo
en terapia. Si terapia se podía llamar lo que estaba haciendo.
–Ramírez.
Urraca miró hacia arriba. Vio las casas de madera y de bloc, familiar en su vecindario. Estaba cerca de la casa, y no tenía la menor idea de cómo llego ni cuánto tiempo le tomó.

Carmen Salinas estaba parada frente a él. Era la única persona en el barrio que le seguía llamando por su apellido. Él no necesitó mucho tiempo para notar la expresión de preocupación en el rostro de Carmen.
–Ramírez, necesito hablar contigo.
Él reconoció que tenía que decir que sí, pero lo que más le sorprendió fue que ella le dirigiera la palabra del todo. Todos en el barrio lo evitaban desde que salió del hospital, sin decirle más que un apresurado. “¡Cómo está!” O un nervioso “Me alegro que estés mejor”
–¿Qué puedo hacer por ti?
–Necesito tu ayuda.
Esa era una sorpresa mayor aún. Carmen era completamente independiente. No esperaba que ella necesitara su ayuda, a menos que fuese algo fuera de su alcance.
–¿Con qué? –la pregunta fue directa y severa. No quiso que sonara así, pero no sabía cómo contestarle a Carmen sin sonar un poco estúpido.
–Yo estaba por tu casa ahora mismo, me apena lo que te está pasando, pero...
Él trató nuevamente, haciendo lo posible para usar un tono menos agresivo.
–¿Carmen, qué pasa?
–Marquito está perdido.
–¿Pero, cómo puede estar perdido? Si nunca sale para ningún sitio.
–No ha llegado del trabajo hoy –Carmen mantenía su voz constante y la espalda derecha, fue entonces cuando él reconoció que ella estaba sufriendo por dentro.
–Carmen, ¿tú no has tenido ningún problema con Marquito, últimamente?
–¿Qué quieres decir?

–Tú sabes cómo son los muchachos, los regañas y seguido quieren irse de la casa.
Carmen meneaba la cabeza.
–Ramírez, Marquito no se fue de la casa.
Urraca conoce a Marquito desde su nacimiento. Carmen siempre ha sido su amiga, y una de las reales, desde el primer día. De pronto, el miedo frío que Carmen sufría se alojó en su propio corazón.
–Ven, vamos para la Jefatura –le dijo.
–Yo estuve en la Policía más temprano.
–Entonces ya lo están buscando –ella menea la cabeza y le cuenta todo lo que pasó en el Destacamento. Urraca conocía al riguroso Miguel Peralta.
–Carmen, un hombre como ése... –él vio su cara endurecer. Era fácil imaginársela dándole esa mirada a Peralta. Diablos, uno puede ver cualquier padre reaccionar de esa forma. Él trata de explicarle.
–El oficial Peralta es un policía competente.
–Lo suficiente para hacer llamadas telefónicas –dijo Carmen entre los dientes.
–Carmen, él ha sido un oficial por años. Tiene que bregar con ladrones, tecatos, y todo tipo de criminales, todos los días. No puede darse el lujo de tener mucha simpatía. Para Peralta, hacer una llamada sin relación a su trabajo, es como donar un órgano.
Él noto que ella tenía falta de comprensión por el momento, también.
–Yo conozco otros oficiales allá –dijo él.
–Él era el único con el que se podía hablar. Yo le pregunté al sargento de recibimiento después de hablar con él.
Esos ineptos, pensó Urraca.

–Ramírez, yo he estado preguntando y gritando su nombre desde que salí de la Jefatura. No lo puedo encontrar en ningún lugar. Por favor ampárame. Ayúdame a encontrar a mi hijo.
Él pudo ver el horror que se reflejaba en sus ojos que no pestañeaban un instante. Se podía imaginar las visiones sugestionando y luego reprimiendo las explicaciones de por qué su hijo no había regresado a casa.
Pero el miedo no fue la única emoción que vio en su rostro. Una inmensa llama de un fuego rojo ardía ahí dentro, también. Carmen sospechaba que alguien era el responsable de la desaparición de Marquito, y ella pretendía atraparlo. Quería hacer que alguien pagara por lo ocurrido. El deseo de venganza también se apoderó de Urraca. Él, también, tendrá una oportunidad de atrapar a alguien. No por
lo que le hayan hecho a él, sino por lo que podrían hacerle al hijo de Carmen.
–Empecemos a buscar –dijo Urraca.

1 comment:

Anonymous said...

Tremendo, pero cuando la publicaras en un libro, o mejor aun; una película.